El gol es entendido por todos como el momento cumbre, la gloria, el clímax de un deporte en el que, dejando de lado todo aquello que lo envuelve, el objetivo fundamental es introducir un esférico en la portería rival más veces que el contrario.
La otra realidad es que un gol es un concepto abstracto pero que a la vez tiene cierta forma corpórea al encarnarse dentro del sentimiento de cada jugador, cada técnico, cada directivo, cada aficionado...y la fragilidad de todos ellos ante un breve instante en el que todo puede cambiar, desatando una marea de sentimientos que se separan entre sí por unos breves centímetros; los que separan el balón de la línea de gol (ni siquiera el fondo de las mallas), los que separan la gloria del fracaso, y viceversa. Es la grandeza del gol y la grandeza del fútbol, amén de otros grandes deportes que se rigen también por la Ley Suprema del gol.
El gol no solo trae bajo el brazo un sentimiento arraigado de alegría y jolgorio, ya que uno de sus déficits propios es su poca implicación y conocimiento en materia de justicia. La gran lacra del gol es que no siempre hace el bien y premia al mejor, sino que reparte alegrías y desengaños indiscriminadamente, dejando de lado y obviando al máximo los méritos de unos y los deméritos de otros. Lamentablemente, o no, esa es parte de la grandeza del deporte, cuando ni siquiera una superioridad apabullante puede garantizar el éxito final, si no se pasa previamente por el obligatorio peaje en el que hacer un alto antes de emprender el camino final hacia la gloria. Ese peaje no es otro que el gol que todo el mundo anhela.
La otra realidad es que un gol es un concepto abstracto pero que a la vez tiene cierta forma corpórea al encarnarse dentro del sentimiento de cada jugador, cada técnico, cada directivo, cada aficionado...y la fragilidad de todos ellos ante un breve instante en el que todo puede cambiar, desatando una marea de sentimientos que se separan entre sí por unos breves centímetros; los que separan el balón de la línea de gol (ni siquiera el fondo de las mallas), los que separan la gloria del fracaso, y viceversa. Es la grandeza del gol y la grandeza del fútbol, amén de otros grandes deportes que se rigen también por la Ley Suprema del gol.
El gol no solo trae bajo el brazo un sentimiento arraigado de alegría y jolgorio, ya que uno de sus déficits propios es su poca implicación y conocimiento en materia de justicia. La gran lacra del gol es que no siempre hace el bien y premia al mejor, sino que reparte alegrías y desengaños indiscriminadamente, dejando de lado y obviando al máximo los méritos de unos y los deméritos de otros. Lamentablemente, o no, esa es parte de la grandeza del deporte, cuando ni siquiera una superioridad apabullante puede garantizar el éxito final, si no se pasa previamente por el obligatorio peaje en el que hacer un alto antes de emprender el camino final hacia la gloria. Ese peaje no es otro que el gol que todo el mundo anhela.