Llegó, cumplió y se marchó sin hacer ruido. Me pregunto cuantas veces habremos escuchado la misma cantinela. Pero esta vez no sería una vez cualquiera. Sir Henrik Larsson, condecorado como caballero de la Orden del Imperio británico por la grandeza y virtud de su fútbol demostrado en sus largos años en las islas, dejó una huella imborrable en el aficionado azulgrana en sus dos años de estancia en la ciudad condal.
No todos conocían de su legendario paso por tierras escocesas, donde fue reconocido como the king of the kings, rey de reyes; otros pocos lo empezaban a descubrir tardíamente en la Euro'04 de Portugal, pero todos ellos se rindieron a sus pies y a su profesionalidad al contemplar su último gran servicio al mundo del fútbol, para deleite de la parroquia azulgrana, la noche del 17 de Mayo de 2006 en París...
Siempre trabajando en silencio, el reconocido como mejor jugador sueco del último medio siglo, consiguió dinamitar la defensa del Arsenal y cambiar el rumbo, de la mano de Andrés Iniesta y Juliano Belletti, de una final de Champions League que los gunners tenían muy de cara. Llegaba por fin el principio del eterno romance de todo el barcelonismo con su persona y su figura; con sus goles en azulgrana, ya en pasado, y con su leyenda. Y se volvería a marchar tal y como llegó: en silencio, sin hacer ruido, sin alzar la voz, pero alzando la de los demás. Se iba un grande, efímero y perpétuo a la vez, y nadie podía callarse: God save the KING.
No todos conocían de su legendario paso por tierras escocesas, donde fue reconocido como the king of the kings, rey de reyes; otros pocos lo empezaban a descubrir tardíamente en la Euro'04 de Portugal, pero todos ellos se rindieron a sus pies y a su profesionalidad al contemplar su último gran servicio al mundo del fútbol, para deleite de la parroquia azulgrana, la noche del 17 de Mayo de 2006 en París...
Siempre trabajando en silencio, el reconocido como mejor jugador sueco del último medio siglo, consiguió dinamitar la defensa del Arsenal y cambiar el rumbo, de la mano de Andrés Iniesta y Juliano Belletti, de una final de Champions League que los gunners tenían muy de cara. Llegaba por fin el principio del eterno romance de todo el barcelonismo con su persona y su figura; con sus goles en azulgrana, ya en pasado, y con su leyenda. Y se volvería a marchar tal y como llegó: en silencio, sin hacer ruido, sin alzar la voz, pero alzando la de los demás. Se iba un grande, efímero y perpétuo a la vez, y nadie podía callarse: God save the KING.
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